Catorce eran los pasos que pudimos ver desfilar, desde la Entrada Triunfal a Jerusalén hasta la Virgen, en palio, de la Soledad (titular del Santo Entierro). Nosotros tuvimos la suerte de alquilar unas sillas y poder verlo tranquilamente en la calle San Juan. Me sorprendieron varias cosas de aquel acto tan interesante: el abrir la procesión con la Cruz de Guía, en paso, de la Hermandad de las Cinco Llagas (Santo Entierro), la forma de los misterios (más altos y más estrechos), el cincho (es la forma tradicional de cargar en esta ciudad, aunque ya sólo un par de Hermandades lo conservan), una carrera oficial dividida en dos partes, algunos Cristos y Vírgenes de auténtico valor histórico y sentimental, el gran público de jerezanos que asistió al acto y la compostura que tal evento requería.
Como hemos dicho antes hubo problemas con la lluvia, de hecho se retrasó en más de una hora la salida de las cofradías, pero tal acontecimiento obligaba a llevarse a cabo. Económicamente, socialmente y religiosamente los vecinos de Sanlúcar debían cumplir con lo prometido. Ninguna de las corporaciones nazarenas se negó a salir a la calle y miren que en el cielo sólo había nubes. Eso dice mucho de las ganas y la ilusión que tenían depositadas en esta fiesta. Más de uno se alegró de que, con más o menos prisa, todo se ajustase a lo que se predijo en un principio. Las calles llenas, los bares repletos y las sillas ocupadas, eso también es una Magna y es verdaderamente lo más complicado de dirigir. Recuerdo, en una reunión previa a la Procesión Magna de la ciudad isleña de San Fernando, como Julián Azcutia (antiguo miembro de la Unión de Hermandades) hacía especial mención en estos aspectos. Quizás en esa reunión estuvieron más de uno de los que hicieron posible que el pasado sábado en esta próxima ciudad en la que el Guadalquivir pierde su nombre se vivieran unos momentos mágicos. Como dice mi hermana, estudiante de filología francesa, chapeau.