miércoles, 12 de septiembre de 2012

Historia, Nombre y Patronazgo de Xerez.


Tengo delante de mí el cartel de un gran amigo. Su diseño, irradia historia. Su contenido, “jerezanía”, refleja el señorío de esta tierra. Un cartel que sólo tiene sentido plasmar cuando su cometido es anunciar la festividad de la Patrona de Xerez de la Frontera. ¿Y ese nombre? Si así se llama el equipo de fútbol… ¿Y esa X? ¿Jerez no se escribe con J? Para responder a esa pregunta hemos de remontarnos unos cuantos siglos atrás…

Tras la ocupación tartésica de la zona en el tercer milenio a.C., y con la fundación de Gades por los fenicios en el 1100 a.C., se sabe que, en torno al siglo IV a. C., existía una Xera fenicia, Sèrès, una comarca cuya ciudad principal era Asta Regia. Con la romanización, y tras la pacificación de la Baetica en el 138 a. C. por parte de Escipión Emiliano, la región de Xera pasó a denominarse Ceret. Ya en la Edad Media, con la islamización de Hispania en el 711, Ceret se llamó Šeriš (Sherish). Durante los siglos XII y XIII, Jerez vivió una etapa de gran desarrollo económico y social, fomentada por la exportación de sus vinos a Inglaterra (donde empezaron a ser conocidos como Sherry). En este periodo se construyó su sistema defensivo y se configuró su  trazado urbanístico. Tras la conquista cristiana en 1264, el topónimo árabe se castellanizó, pasando a ser Xeres o Xerez, al cual se le añadiría de la Frontera, al encontrarse en la Frontera con el Reino de Granada, y ser escenario habitual de escaramuzas y enfrentamientos entre ambos reinos, que terminarían en 1339 con la derrota de Abú-Malik de la mano de Diego Fernández de Herrera, ilustre caballero y libertador del pueblo jerezano. Tras la conquista de Granada en 1492, Xerez pierde su condición de ciudad fronteriza, pero no pierde tal denominación. La evolución del castellano antiguo en el s.XVI propicia el cambio progresivo de “Xerez” a “Jerez”.

Pero suele ocurrir que cuando se destapa el tarro de los tiempos pasados, uno prefiere saborear la miel que contiene, antes que cerrarlo precipitadamente. Hemos pasado de puntillas por el día que marcó un antes y un después en nuestro Jerez antiguo y, por ende, actual: el 9 de Octubre de 1264. En 2014 se celebrarán los 750 años de la conquista cristiana de Jerez, quien sabe si una magna tendrá algo que ver en el festejo de dicha efeméride tan jerezana. Aquel día fue el punto de partida de muchos cambios, uno de ellos, la patrona de Jerez. 

La conquista de Xerez se remonta a la conquista de Sevilla en 1248 por Fernando III el Santo, pues el área de Sherish quedó sometida bajo una especie de protectorado. En 1264, tras la revuelta de los mudéjares, una campaña militar del Rey Alfonso X el Sabio incorporó la ciudad y su reino a la Corona de Castilla, concretamente el 9 de Octubre. Existían en ella siete mezquitas, cinco de las cuales se emplearían para ejecutar la ordenanza del Rey Sabio de construir ocho templos, a saber: las dos Capillas Reales de Santiago y San Miguel (pues según la leyenda, alentaron a las tropas cristianas a la victoria en la batalla); cinco iglesias con las advocaciones de los cuatro Evangelistas y San Salvador (la actual Catedral); y una Parroquia en su honor, siendo su advocación San Dionisio, designado por el monarca como el patrón de la ciudad, pues la ciudad se conquistó en tal mencionado día. Asimismo, otro de sus designios fue el nombramiento de Santa María como Patrona de la ciudad (recalcar que se trata de la primera patrona que tuvo Jerez). A esta advocación se consagró la primera capilla cristiana situada en el Alcázar. El mismo Rey narra en las Cantigas de Santa María, dedicadas a dicha advocación y escritas en suelo jerezano, los favores que la Virgen hizo a los habitantes de nuestra comarca.

Tuvieron que pasar 680 años para que en 1944 se volviera a enviar solicitud de Patronazgo al Papa, entonces Pío XII, que firmó un Breve el 27 de junio de 1949 por el que Nuestra Señora de la Merced se convertía en Patrona de la ciudad de Jerez de la Frontera. Narra la leyenda que la fundación del Convento de la Merced en la ciudad de Jerez se realizó sobre el terreno donde antes había existido una fábrica de tejas, de la que aún se conservaba el horno. Al intentar derruirlas para hacer los cimientos del convento, se cuenta que dieron con una oquedad con un pequeño nicho donde se encontraba la imagen de la Virgen, ennegrecida por el humo de la fábrica. Historia que tras ser leyenda acabó convirtiéndose casi en un mito, pues se sabe que nuestra patrona es tan negra como la madera de azufaifo que la conforma, cuya especie Zizyphus Spina-Christi habría servido para hacer, según la tradición, la corona de espinas de nuestro Salvador.

Existen pruebas documentales de la presencia de un monasterio mercedario en la ciudad desde 1365. La fecha de ejecución de la talla de la Virgen de la Merced podemos establecerla en el segundo tercio del siglo XVI y según parece procedía del convento mercedario de Algeciras, en la que figuró como patrona durante 25 años. Desde entonces la patrona goza de una devoción que pocas veces había disfrutado alguna talla santa en Jerez.

Al parecer, no sólo este cartel es capaz de enlazar el nombre, la conquista y la patrona de Xerez, también la historia nos demuestra que, efectivamente, Jerez es así por su historia, por su nombre y su patrona.

lunes, 18 de junio de 2012

La fiesta terminó

Vilnius (Lituania) a 00:00 del 18 de Junio de 2012:


          Tumbado en mi cama, con el portátil encendido, pijama de manga corta puesto y tapado con sábana y colcha dirijo mi mirada hacia la ventana de mi habitación 421, en la vieja residencia de corte soviético de Sauletekio 39A. Curiosamente, las desgastadas y un tanto “horteras” cortinas de leones que me llevan acompañando desde hace tanto tiempo, no están completamente corridas y me permiten observar el vasto bosque que tantos estudiantes han contemplado mucho antes que yo. “Si 22 años no son nada, 10 meses aún son menos”, pienso para mí mismo y, de repente, una pregunta que nunca ha parado de rondarme por la cabeza vuelve a hacer su aparición en ese mismo instante: “¿qué hago yo en Lituania?"
   

          Como si de un visto y no visto se tratase, me doy cuenta que hace casi un año, con los nervios a flor de piel, asombrado, vacilante y expectante de un futuro que parecía más incierto que nunca, aterrizó mi vuelo en la, no tan fría por aquel entonces, ciudad de Vilnius. Todo lo ocurrido entre aquel momento inicial y éste, final, siempre quedará guardado en, no sólo fotografías y vídeos, sino también en esa amalgama de recuerdos, vivencias y emociones que es la memoria; pero aún así no consigo darle una solución lógica a la pregunta que me he propuesto contestar.




          Quizás podría intentar solucionarla hablando un poco de las diferencias tan grandes existentes entre “esta España mía, esta España nuestra” que cantara Cecilia y una Lituania que intenta ser una más dentro de la UE. Un país que a base de esfuerzo y trabajo está consiguiendo dejar atrás la sombra de un pasado tan triste como real. Un país de personas calladas y correctas, un país que no celebra demasiadas cosas, un país que es quizás un poco como su clima: frío y oscuro. Pero también un pueblo que siente profundamente lo que es, un pueblo que ofrece un respeto extraordinario al extranjero, un pueblo que quiere aprender de las virtudes de los demás y que nunca olvidará de dónde viene. Quizás haya encontrado un tanto de la respuesta que con tanto ahínco ando buscando, pero necesito aún más.


          También podría exponer lo que ha significado esta experiencia para mí. Además de haber cogido algún que otro kilo y haber tenido que resolver cuestiones que antes no eran mi “business”, sin duda alguna lo que más valoro, lo que más me ha aportado mi experiencia Erasmus haya sido que vine como un chico bastante inmaduro, pero muy formal y me voy como otro mucho más maduro y, para bien o para mal, no tan formal. Un jerezano en Vilnius, como el “Poeta en Nueva York” de García Lorca o “las cosas de las cosas” que diría Rafael de Paula. Creo que me voy acercando a la respuesta que intento encontrar.


          Pero, me doy cuenta que, realmente, lo que me pide el cuerpo, la mejor manera de responder a la “dichosa preguntilla” que tanto me martiriza, sea hablaros de la gente, de mi gente, de los que han sido mi familia durante todo un año. Sin duda tengo que acordarme de tardes de cafetería, de restaurantes, de “pre-parties” en habitaciones, de autobuses con palmas flamencas, de discotecas con mucho arte y conversaciones que rozan la pureza. Nunca podré olvidar, tampoco, algunos viajes increíbles, las visitas a algún que otro “hostel” de la capital lituana y las tardes frías de baloncesto en tantos pabellones. Cómo no acordarme del: “¡qué alegría verte Paquito!”, “¿qué haces picha?” (con un singular acento madrileño), “¡qué puro eres!”, “come on people”, “me da mucha vergüenza”, “qué bonico eres” o “¡ay mi Paquito!”… Ya lo tengo, qué ciego he estado, la he tenido siempre delante de mis narices y sólo me he dado cuenta que estaba ahí momentos antes de irme. Y es que la respuesta a mi cuestión es bien sencilla: “¿qué hago yo en Lituania?”, conoceros a vosotros, a todos y cada uno de vosotros. Sin duda alguna me habéis hecho crecer, mejorar como persona, pulir mis defectos y ensalzar mis virtudes, darme cuenta que tenía que valorar cosas que antes no hacía y no darle tanta importancia a esas otras por las que tanto “me comía el coco”. Porque sin vosotros, este tiempo no hubiese sido el mismo, porque si alguno de ustedes me hubiese faltado, no estaría escribiendo estas líneas y porque si he cambiado es gracias a lo que me habéis hecho disfrutar durante unos 10 meses que nunca podré olvidar.


          Sin embargo, para seros sinceros, aún no he acabado de solucionar la cuestión que he planteado anteriormente, y es que sabes que este año no hubiese sido lo mismo sin ti. Porque, aunque suene empalagoso o “geisha”, eres lo mejor que me ha pasado en Vilnius, porque por más que quiera no voy a poder olvidarte, porque los momentos y las experiencias que he compartido contigo, ni tantos ni tan pocos, siempre estarán en lo más profundo de mí y porque sí, no puedo ocultártelo, no me sé callar las cosas, te quiero. Haré todo lo posible para que nos volvamos a encontrar y, también eso, lo sabes.


          Vuelvo de ese mundo de pensamientos que me ha estado consumiendo durante unos pocos instantes y aparto la mirada del marco por el que diviso aquel mar de árboles lituanos. Y ahora es otra pregunta la que se me viene a la cabeza: “¿quién será el que el año que viene mire, en esta misma fecha, por esta misma ventana?”. Eso nunca lo sabré. Lo que sin embargo sí intuyo perfectamente es que sentirá una grandísima envidia de un chico que dormía en esa misma cama y que hace un año se sentía tremendamente feliz porque mañana volverá a su casa y verá a su familia y, a la vez, una profunda tristeza porque se marcha de su otra casa y deja allí a su otra familia. Para bien o para mal son sólo 10 meses. Más vale haber amado y perdido, que nunca haber amado. Concluyó el juego, la fiesta terminó. Nos veremos pronto. Buena suerte.




 

sábado, 31 de marzo de 2012

Desde mi destierro voluntario

El tiempo pasa casi tan deprisa como esa carta que causará el impacto visual y emotivo en el espectador que contempla asombrado el truco del ilusionista. Hoy hace exactamente 7 meses que, con los nervios a flor de piel, asombrado, vacilante y expectante de un futuro que parecía más incierto que nunca, aterrizó mi vuelo en la, no tan fría por aquel entonces, ciudad de Vilnius. La maleta que me acompañaba a Lituania estaba cargada de ropas de abrigo, besos familiares, buenos deseos de mis amigos y la esperanza de un amor que acababa de nacer. Todo lo que aconteció después quedará implacablemente en los recuerdos que conté, los que narraré y los que para siempre callaré. Tantas cosas que debí decir y no dije, aquellas otras que debí pensar y no pensé o esas otras ocasiones en las que debí callar y no lo hice.

No es fácil vivir solo, pero gracias a Dios nunca lo he estado. Las nuevas comunicaciones ayudan, pues me hacen llegar a Jerez con sólo pulsar un botón. También conseguí “crear” un grupo de amigos, que más que amigos son familia. A todos ellos jamás los olvidaré. Y a ese primer amor, que nunca llegó a ser tal, le han seguido, con mayor o menor fortuna, algún que otro escarceo que, casi siempre en otro idioma, me han conseguido animar en determinados momentos en los que por alguna u otra razón lo necesitaba.

Sin embargo, hoy tengo que decir basta. Que se pare el mundo, necesito bajarme. Hoy no puedo seguir adelante. Nadie puede consolarme ahora. Cierro los ojos y llego a la calle Bizcocheros, a su número 46, que me anestesia con ese aroma embriagador que nos brindan los naranjos cada primavera. El azahar queda ahora eclipsado por el olor del incienso que lenta, pero firmemente me transporta a lugares ya quedados en el olvido y a momentos que quedarán para siempre guardados en la privilegiada memoria de la historia. A mis oídos llega la marcha “Amarguras” de Font de Anta y, mientras tanto, mi abuela saca mi hábito nazareno de la caja roja que tantos años ha custodiado nuestro uniforme obligatorio en Semana Santa. Abuelo Manolo besa las medallas que llevan acompañándome toda la vida. Papá ya luce elegante la túnica azul y blanca de la Amargura y mamá y mis hermanas la morada de cola de Loreto. Yo digo en silencio aquello de “bendita sea tu pureza”. Y el sol brilla por la ventana de aquella vieja casa de vecinos que me vio crecer y que hasta el día de hoy sigue vigilando y guiando todos los pasos que doy en mi vida. Y soy feliz.

Es ahora el barrio de San Miguel el que me contempla. Y al igual que Beethoven pudo componer la Novena Sinfonía, pieza musical maestra de la humanidad, con una pérdida de audición completa, yo desde mi propia sordera soy capaz de sobrecogerme con esa saeta anónima que se abalanza a la calle desde algún balcón del viejo barrio gitano. El olé posterior también es predecible, junto con los aplausos, las risas y comentarios de mis amigos Tano y Diego, quienes me enseñaron y me enseñan a vivir nuestra Semana Mayor desde otro punto de vista, mucho más de la calle, mucho más puro, mucho más nuestro. Y entre la multitud que se agolpa junto a un paso de misterio está mi “compadre” José Luis llevando la Semana Santa a aquellos que por algún azar del destino no pueden estar presentes. Y vuelvo a ser feliz.

Y se vienen a mi cabeza los versos de antiguos pregoneros jerezanos: “Matita de hierbabuena”, “a la puerta está, no cabe”, “quién pudiera sostenerte Buena Muerte”, “de los males de aquel niño, la más hermosa enfermera”, “mi único vocabulario lo aprendí junto tu falda”, “que no hay sitios Señoras para el llanto”, “que solita te quedaste Virgen de la Soledad”, “el aire que lo lleva es jerezano y bendito”, “no llamadle Prendi”, “pero es mi corazón el que ordena la levantá” y “el hijo del cielo quiso Dios que fueras”. Y sí, otra vez soy feliz.

Salgo de mi ensimismamiento y vuelvo a un escritorio de marcado corte soviético, adornado con folios, libros, esperanzas y sueños por cumplir. Mi “roomate” ucraniano se vuelve y me dice: “anything is wrong?”. A lo que yo le respondo: “Todo va perfectamente Myhailov, sólo que durante sólo un segundo no he estado aquí, no era tu compañía la que me hablaba y no este aire foráneo el que entraban en mis pulmones”. Él ríe y vuelve a poner la vista fija en su portátil, seguramente preguntándose cuán diferentes son las culturas y cuán desiguales pueden ser los sentimientos que esconden los entresijos de aquellos a los que la distancia geográfica les separa; o quizás se siga preguntando quiénes serán las figuras de ese hombre y esa mujer que con tanto cariño tengo enmarcadas en la esquina superior izquierda de mi mesita de estudio. Yo me vuelvo a ellos y les digo: “gracias por esta oportunidad que me habéis dado, gracias por este año fantástico que estoy viviendo y gracias por hacerme valorar todo aquello a lo que nunca le había dado la importancia que tenía, gracias.” Y todo esto ocurre mientras algunos copos de nieve caen desde el cielo oscuro de Lituania y sigue pasando el tiempo volando, desde mi destierro voluntario.