viernes, 17 de mayo de 2013

Padre, hija y nieto

Ayer fue el cumpleaños de una persona muy especial para mí. Mi abuelo José cumplió 91 años, que se dice pronto. Y si tuviera que ponerle un calificativo a esos años, sin duda sería el de ‘rociero’. 91 años rocieros.

Mi abuelo, al igual que yo, tuvo la suerte de nacer en una familia no cofrade, lo cual implica encontrar tus devociones, y no que te vengan impuestas. La verdad es que él, en esa búsqueda devocional, no se complicó mucho la existencia, ya que es hermano de todas las cofradías de su pueblo natal, Rota. Fue fundador de la de la Caridad, pero hay una de la que se siente mucho más orgulloso de ser uno de aquellos que dio el primer paso: la Hermandad del Rocío de Rota.

Durante muchos años, con su hermandad y su esposa, peregrinó a la Aldea, compartiendo el camino con ella y sus hermanos romeros. Miles de anécdotas quedan en los álbumes de su memoria, y algunas de ellas lucen inmortalizadas en forma de instantáneas, enmarcadas en viejos marcos de plata que pueblan las estanterías.

Siempre le ha acompañado la Virgen del Rocío…, siempre le acompaña y le acompañará. No hay una estancia de su casa que no presida y proteja la Blanca Paloma, con su dulce cara y su ráfaga dorada. Hasta en su mesita de noche, un antiguo recordatorio vela sus sueños y escucha sus oraciones.

Tan grande es su corazón, que le parece pequeño, pues siente que la grandeza de la Madre de Dios no cabe. Tanto quiere a la Virgen que solicitó que Ella, el Rocío de Almonte, fuera la patrona de los andaluces, pues el calor de su mirada y su nombre, nos conmueve a todos, y su romería es fiel reflejo del carácter y el sentir de Andalucía. Tanto amor siente por Ella que su hija, mi madre, no podía llamarse de otra manera… Rocío. 

Cuántas sensaciones… Las travesías del Guadalquivir, Doñanas de ida y Doñanas de vuelta, la dureza de las arenas, el trasiego de las carretas, el calor del mediodía, el frío de la noche mitigado por el calor de una confortable hoguera, el calor de una sevillana de medianoche…, y el Lunes de Pentecostés en la Aldea. El salto de la reja, la salida de la Virgen, el instante eterno en que sus ojos, sin saberlo, se hayan fijos en los tuyos, dándote consuelo y perdón; la llegada a la Casa de Hermandad, los rezos, plegarias y cantos a la Blanca Paloma, su cara tan blanca y tan hermosa como el rocío de la mañana, las claras del día reflejadas en las marismas que guarda su Ermita…, su recogida.

¿Qué es Rocío? ¿Por qué, Rocío? ¿Quién eres, Rocío? Se pregunta mi abuelo sin saber las respuestas…

Yo sólo he vivido tus días en las vidas de un padre y su hija, sólo he visto tu resplandor a través de sus pupilas…, sólo he llorado por sentirte a mi vera en sus lágrimas de emoción. Sólo sé que algún día, un Lunes de Pentecostés, tu destino querrá que nos encontremos y mi medalla te resultará familiar. Fue la medalla de un padre, de una hija…, y entonces, será la medalla de un nieto.